La pandemia del COVID-19 ha puesto al mundo en estado de alerta y, muy probablemente, sea esta la oportunidad de un cambio en nuestra forma de vivir que permita repensar nuevos modos de política y socialización, entre otros aspectos.
Estamos frente a un cambio tal vez inesperado, porque lo que sobrevendrá es algo diferente: un mundo heterogéneo que debemos afrontar con espíritu innovador y principios éticos acordes con la realidad.
La moral y la ética son construcciones teóricas amplias, complejas, abstractas, que no tienen una definición precisa. Estar inmersos en la cultura y diferenciarnos de lo instintivo implica que ambos conceptos se ponen en juego en la conciencia de cada hombre. La moral se piensa en niveles filosóficos y culturales relativos al bien y el mal dentro de una sociedad.
Por su parte, la ética abarca un conjunto de conocimientos derivados de la investigación de la conducta humana al tratar de explicar las reglas morales de manera racional, fundamentada científica y teóricamente. Así, se afirma que la ética es una reflexión sobre los principios de la moral. He aquí la importancia del conocimiento de ambos términos en nuestra práctica cotidiana.
Ambas construcciones son redescubiertas permanentemente en nuestra praxis, relacionándose, interactuando y abriendo preguntas, ofreciendo las coordenadas para orientar la vida de los individuos y la sociedad.
Ahora bien, la pandemia ha puesto de relieve la dicotomía moral amo-esclavo, estudiada, como sabemos, desde diferentes autores (Hegel, Nietzsche, Kojève). Esta dicotomía es fundamentación de toda la interpretación del pensamiento occidental como característica intrínseca del poder. Dicho de otro modo, la clase dominante se impone a sectores oprimidos.
Al respecto, nos preguntamos: ¿Ha puesto la pandemia en evidencia sociedades disciplinarias y sociedades de control? Las sociedades antiguas utilizaban mecanismos simples de manipulación: el dominio del gobernante o de grupos dominantes a través del ejercicio de disciplinas sobre todos o alguno de sus súbditos.
Relacionamos ese ejercicio del poder con el panóptico que Jeremy Bentham diseñó como edificio perfecto para vigilar los establecimientos carcelarios. Según Michel Foucault, eso permitía una disciplina que implicaba una suerte de poder y una modalidad para ejercerlo.
Gilles Deleuze avanza en este razonamiento y considera que en las sociedades de control se actúa a través de mecanismos superadores, tales como los informáticos y ordenadores de alta complejidad y rendimiento potencial. No se trata estrictamente de una evolución tecnológica, sino de una profunda mutación del capitalismo, dado que manifiestan e incluso manipulan las formaciones sociales que los han originado y que los utilizan para el logro de fines políticos o de otro tipo.
Ahora bien: ¿cómo valoramos la actitud de los gobiernos que se observa en gran cantidad de países del mundo como consecuencia de la pandemia?; ¿vendrán nuevos sistemas políticos?; ¿se restringirán las libertades individuales?
Muchos autores coinciden en que hay un peligro latente en tal sentido. Las tecnologías de vigilancia poblacional, en la medida en que excedan del mero propósito de controlar la pandemia, pueden constituir un escollo que menoscabe la democracia.
Slavoj Zizek considera que la pandemia atacará al sistema capitalista global, por lo que deberá pensarse en una sociedad alternativa, con nuevas formas de solidaridad y cooperación global.
Por su parte, Peter Sloterdijk interpreta que no sobrevendría un comunismo, sino un co-inmunismo, para lo cual deberían prevalecer valores tales, como la solidaridad y sana convivencia de culturas nacionales, razas, grupos de edad y clases sociales en mutua competencia.
Sobre el particular, Giorgio Agamben señala que la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada por los individuos en nombre de un deseo de seguridad, que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla.
Más apocalípticas parecen ser las expresiones de Byung-Chul Han, cuando afirma que la COVID-19 no solo debilita a la democracia, sino que es útil a los gobiernos autócratas, ya que posibilita implementar regímenes de vigilancia biopolítica, donde gran parte del pueblo acepta sin cuestionamiento la limitación de los derechos fundamentales.
Recientes publicaciones dan cuenta de que importantes CEOs revelan que la mayoría de los entrevistados sostiene que la pandemia es superada por la incertidumbre jurídica, el populismo y el aumento de las obligaciones tributarias. Si a esto sumamos el peligro de un neopatrimonialismo, las opiniones son realmente preocupantes.
¿Ahora bien, podemos encontrar en la paideia la solución frente a los peligros que subyacen en la perspectiva del avance sobre el libre albedrío?
Recordemos que este concepto era para la Antigua Grecia un proceso de crianza de los niños, entendida como la transmisión de valores (saber ser) y saberes técnicos (saber hacer) inherentes a la sociedad. La paideia significa comprender que todo ideal de hombre también es un ideal educativo sobre el que se asienta la civilización.
Existen incentivos prioritarios para atender el bienestar general: mejorar la calidad de vida de la gente, proveer fuentes de trabajo y, muy especialmente, los estímulos a la educación. Estos constituyen una política central del futuro, pues se debe pensar la educación como un pilar que posibilite realizar un cambio sustancial en la adquisición del conocimiento e incentivar el pensamiento crítico.
La cultura es, sin dudas, una de las claves para desarrollar la democracia, pues, como se deduce del pensamiento de Jürgen Habermas, las instituciones comunitarias funcionan cuando realmente se las capacita.
Como conclusión, esperemos no estar en las instancias de una sociedad “cuasi orwelliana”, esto es, una sociedad donde se manipula la información y se practica la vigilancia masiva y la represión política y social.
Como alguna vez dijo Jorge Luis Borges, lo importante no son las experiencias, sino lo que uno hace con ellas. Por ello, consideramos que, si bien salvaguardar la salud es un objetivo prioritario, las medidas que tomen los gobiernos no deben contradecir las constituciones nacionales.
Por cierto, no debe prescindirse del Estado, dado que ello implicaría renunciar a la acción colectiva. Sin embargo, debe remarcarse que las políticas que se adopten no deben alterar el orden social, y mucho menos dominar la voluntad de las masas mediante medidas que permiten a ciertos grupos políticos perpetuarse en el poder.
Debemos apuntar hacia el fortalecimiento de nuestras democracias, pues solamente en ellas los gobernantes deben rendir cuentas de lo actuado y tener presente que los países desarrollados han estado precedidos por instituciones consolidadas y fuertes contratos morales, con compromisos éticos y sociales con los ciudadanos.
Ex Vocal del Tribunal Fiscal de la Nación